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En el colegio la veíamos pero nunca le dijimos nada. Ella era dócil, hacia las tareas, aprobaba los exámenes. No hablaba de su casa, ni de sus padres. Al sonar el timbre, recogía sus libros, y salía de últimas.
Ella me gustaba yo la espiaba sin que me viera.
Un día la seguí hasta su casa y no me vio hasta que llegamos a la vieja mansión.
¿Por qué me sigues?, dijo, con voz suave.
Me miró fijamente.
Quería saber donde vivías para invitarte a pasear, respondí.
Lili no dijo nada. Me ignoró y entró en la casa.
No podía creer que viviera en esa casa en ruinas. Esa noche pensé en Lili y en su hogar abandonado. ¿Viviría sola? Tenía que saberlo. Iría a verla, la espiaría por la ventana.
¡Ojalá no lo hubiera hecho!.
Esa noche fui a la casa y la reja estaba abierta. Creó que Lili adivinó mi intención. Hasta ese día siempre estuvo cerrada con candado. La ventana no tenía cortinas y Lili estaba acurrucada en un sillón. Me vio, me estaba esperando, ahora lo sé.
En la chimenea ardía fuego y una mujer con una túnica blanca revolvía en una olla, estaba cocinando. Solo se oía la cuchara rozando la olla de acero. Lili seguía viéndome sin moverse.
Se oyó un susurro Lili se paró. La dama, ¿sería su madre?, le acercó un plato. Lili comió, mientras sus ojos se fijaron en mí y una demoniaca risa surgió de su boca. Vi aterrado que era sangre lo que estaba sorbiendo con su cuchara de plata.
Decidí irme y caminé hacia atrás sin apartar la vista de Lili. Tropecé con algo y caí al piso y descubrí, horrorizado, la causa de mi caída. Era una mochila de la escuela. La reconocí. Era de Rob. Corrí como alma que huye del infierno, sin mirar atrás, muerto de mido pensando que Lili venía por mi, pues yo sería la próxima cena.
Llevo una vida encerrado en casa. No salgo, no como, no hablo. Creen que estoy enfermo. Incluso mamá está pensando en ingresarme en un hospital. Pero sé que dará igual el lugar dónde me encierren, sé que Lili, vendrá a buscarme cuando llegue el momento, cuando sea la hora de cenar.
Anónimo
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