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Friday, May 28, 2021

El Cristo de los Ponce


El Cristo de los Ponce por Cayetano Coll y Toste

A pesar de que el 4 de septiembre de 1511 los Oficiales Reales de Sevilla habían entregado a Juan Cerón, al ser repuesto en la Alcaldía Mayor de San Juan, por orden del Rey Fernando, siete ornamentos, imágenes, cálices y campanas para la iglesia de la Villa de Caparra, el gobernador Juan Ponce de León, que tenía que devolver, contra su voluntad, al teniente del Viserrey don Diego, las varas del gobierno en la incipiente colonia, quiso tener una imagen del Redentor para sí y su familia. El altivo Capitán de Mar y Tierra, en Boriquén, no quería nada que viniera por conducto de sus personales enemigos, Cerón, Díaz y Morales. Con tal motivo escribió a la Corte enviando buenos castellanos de oro a fin de adquirir un Cristo, que se le había de remitir en la primera oportunidad.


ll Los Oficiales Reales de Sevilla, en la Casa de Contratación, al visar las mercaderías de los tratantes de Indias, dieron «pase libre», sin imposición alguna, al Cristo que remitía al Conquistador de Sanct Xoan su amigo el Comendador de Lares, fray Nicolás de Ovando, que se encontraba por aquel entonces ya de vuelta en la Corte y había entregado el mando de la Española a su sucesor, el primogénito del gran Almirante.

El barco que conducía la Sagrada imagen, se hizo a la vela, cruzó la barra de Sanlúcar, llegó felizmente a Canarias, donde hizo aguada y fijó el rumbo al Oeste por aquel mar ya no tenebroso, en demanda de las islas de Barlovento. Este era el itinerario de la vieja travesía para la venida a las Indias Occidentales.

lll  Corría el mes de agosto de 1513 y La Buenaventura — este era el barco a que nos referimos anteriormente, con su capitán Juan Pérez al timón, llegó frente a Dominica, llenó de agua los barriles de entrepuente, se provisionó de leña y terció el rumbo al suroeste, para costear las islas menores de esta parte del archipiélago antillano y buscar las Cabezas de San Juan. Después, pasó la noche temporejando, como rezan las bitácoras de entonces; y, con el claror del alba, aprovechó el fresco terral que las costas cercanas le enviaban, para avanzar en su ruta en busca de Sanct Xoan.

A la siguiente mañana, amaneció el cielo color de panza de burro, y la brisa quedó entorpecida con fuertes ráfagas de viento, que venían del nordeste, La carabela tuvo que navegar de bolina, para evitar las peligrosas cabezadas que el oleaje y el viento la obligaban a dar. Cada vez el tiempo presentaba peor cariz y pronto tuvo que luchar el barco con uno de esos temibles ciclones que con frecuencia azotan nuestra isla.

Juan Pérez, diestro timonel, que no temía, como viejo lobo marino, ni al mar ni a las tempestades, quiso tomar puerto en la cala de San Juan, a pesar de lo encrespado del tormentoso oleaje, y para aproximar su barco a tierra tomó rizos y con el foque y la mayor aproó atrevidamente hacia la costa, en busca del fondeadero anhelado. Y al embocar La Buenaventura hacia la cala, rozó con violencia en la restinga submarina de la punta de Isla de Cabras, se despedazó la quilla rápidamente en aquellos bajíos.

El buque se detuvo, después del convulsivo estremecimiento, y se inclinó a babor. Y las fuertes corrientes, encontradas en aquellas restingas, con el viento furioso y el golpear incesante del impetuoso mar lo destrozaron en corto tiempo. Imposible socorrer a los náufragos, En la vorágine del océano desapareció en seguida casco y arboladura, carga y pasajeros. Rodó sobre las ondas un terrible y prolongado grito de angustias. Todo se lo había tragado el indomable elemento. El sordo mugir de la tempestad quedó imperando sobre la triste escena.

Sólo una caja se vislumbró que flotaba, a despecho del oleaje. Sobre el lomo de las ondas, se le veía aparecer y desaparecer alternativamente. En vano una onda se empinaba sobre otra onda para llevarla al fondo. Las olas no podían sumergirla. Poco a poco se fue aproximando aquel bulto hacia tierra y se entró por la Boca del Morro, replegándose a un remanso de la corriente, que se forma junto a las peñas de la derecha, y aún existe, y que viene a ser como una pequeñita ensenada, donde las olas, después de rugir y golpear en las rompientes coronándose de espumas, penetran mansamente en aquel recodo.

Allí fue recogida la afortunada y misteriosa caja por algunos vecinos, curiosos que presenciaban el naufragio, a pesar del mal tiempo; y uno de ellos dispuso, echándosela de autoridad, que fuese llevado aquel bulto a Caparra y que allí se sabría a quién pertenecía.

lV Tal como se acordó se hizo. La caja era de fresno y pronto el martillo y cortafrío dieron cuenta de sus clavos. Dentro del misterioso cajón venía una envoltura fuerte: era estopa de cáñamo, acorchada, de poca resistencia, fofa aunque gruesa, y que impidió que el agua del mar penetrase más adentro y dañase una cajuela de cartón fino, que contenía envuelto en algodones y tafetán de seda blanca, un Cristo Crucificado. Imagen que fray Nicolás de Ovando remitía a su amigo el Capitán del Higüey y Conquistador del Boriquén.

Recogió Juan Ponce de León la salvada imagen y una carta del Comendador, que con ella venía. Y por mucho tiempo se veneró con gran religiosidad la sagrada efigie primero en la Villa de Caparra, y después en el altar de la Capilla de Nuestra Señora de Belén en la iglesia de Santo Tomás de Aquino.

Los descendientes del Conquistador, y sobre todo, doña Isabel de Loaysa, fundadora y legataria de dicha capilla, siguieron venerando aquella imagen del Redentor; y el pueblo de San Juan rindiéndole ferviente culto. Se dice en los cronicones de aquella época, que hacía milagros; y se le conoció siempre con el nombre expresivo de El Cristo de los Ponce.



El tiempo ha tendido su fina red de olvidos sobre la milagrosa efigie, porque el tiempo obscurece o mata las mejores añoranzas. Toda la documentación particular del Capitán del Higüey se ha perdido. Sólo se ha salvado respecto al colonizador y primer gobernador de Puerto Rico, lo que se conserva, en el Archivo de Indias.

Actualmente en la iglesia de San José, que es la antigua Santo Tomás de Aquino, se venera una imagen del Redentor, que se llama El Cristo de los Ponce. Y existe la creencia popular, que este Cristo es el que se salvó milagrosamente en el naufragio de La Buenaventura.

Imagen de https://www.primerahora.com/noticias/puerto-rico/notas/

Thursday, May 24, 2018

El Pirata Cofresí por Cayetano Coll y Toste

Monumento al pirata Roberto Cofresí 
en Cabo Rojo, Puerto Rico 

La goleta "Ana," navegando de bolina y orza este, cuarta al nordeste, dobló punta Borinquen e hizo frente a las embravecidas ondas del mar del Norte, dejando las tranquilas aguas del noroeste de la ensenada de Aguadilla.

"Aferra el trinquete y afloja foque y mayor", gritó Cofresí al segundo de a bordo; y echémonos mar afuera a ver si tenemos hoy buena fortuna a barlovento.

Las órdenes del pirata se cumplieron estrictas y la ligera nave empezó a navegar velozmente con todo su aparejo a vela llena. Las ondas se rompían impetuosas en su proa y azotaban con sus espumas blanquizcas la cubierta del barco. Las cuadernas de la goleta crujían de vez en cuando. Detrás iba quedando una estela de lechoso espumajo hirviente.

El horizonte estaba límpido, el cielo azul, y el brisote frescachón que soplaba del este estaba fijo. La isla se iba perdiendo de vista. De cuando en cuando una gaviota pasaba graznando sobre la embarcación: parecía un pañuelo blanco arrojado en el espacio.

"Pilichi", dijo Cofresí al grumete, con soberbio ademán, "vé a mi camarote y tráeme el anteojo. Me parece divisar algo en lontananza".

Y el arrogante marino ponía la mano horizontal sobre las cejas, como una visera, para enfocar bien su mirada de águila y escudriñar las lejanías del mar. Recibido el catalejo lo tendió diestramente y, cierto de lo que presumía, por sus ojos fulguró un relámpago, y gritó al contramaestre con voz llena de fanfarria.

"Hazte cargo del timón, Galache, que tenemos enemigos a la vista".

Era un brick danés que conducía mercaderías de Nueva York a San Thomas. Para tal época esa isla, con su puerto franco, era un depósito de grandes aprovisionamientos de telas, ferretería y artículos de lujo traídos de Europa y Norte América para surtir las Antillas y Venezuela. Cada vez se distinguía más claro el confiado buque mercante. Cofresí pasó al entrepuente de proa e hizo en su presencia cargar el pedrero de bronce con un saquillo de pólvora y abundante metralla. Después se cercioró que estaba fuerte el montaje de la cureña y firmes las gualderas. Entonces marchó a popa donde reunió su gente, llamando a cada uno por su nombre, y les dio sus instrucciones. Revisó severamente machetes y cuchillos. Hizo traer más armas blancas y ordenó ponerlas en un sitio especial en el combés cerca del palo del trinquete. Y tranquilamente se puso a amolar, con sumo cuidado, su hacha de abordaje.

La gente del bergantín, al divisar la goleta, izó la bandera danesa en señal de saludo. La velera "Ana" izó bandera de muerte, es decir, la bandera negra de los piratas. El brick ya no podía huir y afrontó el peligro. La goleta era muy andadora y se habla apropiado directamente al enemigo. El bergantín estaba abarrotado en su carga. Su tripulación comprendió que tenía que habérselas con un barco pirata. Pronto la borda del brick fue ocupada por diez rifleros alineados que hicieron fuego de fusilaría. Eran malos tiradores. Las balas atravesaron el velamen de la "Ana" y algunas se incrustaron en la obra muerta del casco. Entonces las armas de fuego no eran de repetición; de modo que mientras las cargaban de nuevo los tiradores del bergantín, la goleta se puso a doscientos pies de distancia y le lanzó una descarga de metralla con el pedrero de proa. El ruido del cañón impresionó a los marineros del brick y antes que pudieran disparar por segunda vez sus rifles, ya la "Ana" estaba al abordaje, ceñida al buque contrario por estribor.

Cofresí, hacha en mano, seguido de los suyos, saltó ágil y célere al buque abordado y atacó cuerpo a cuerpo a los defensores del brick. Estos no estaban preparados para un combate al arma blanca. Sonaron tres o cuatro tiros y quedó despejado el entrepuente. Los marineros del bergantín se refugiaron en las bodegas. Rápidamente se adueñó Cofresí del buque dando muerte al timonel y a algunos marinos que quedaron sobre cubierta. Después cerraron las escotillas y quedó preso bajo cubierta el resto de la tripulación del brick. El capitán danés estaba junto al palo de mesana, en un charco de sangre, con la cabeza abierta de un hachazo. Los cadáveres fueron arrojados al mar y empezó el alijo de la sobrecubierta. En seguida se saquearon las bodegas con suma precaución y se trincaron bien los presos que iban apareciendo. Luego de saqueado el bergantín se le dio barreno, y se desatracó el pirata para verlo hundirse. El brick dio una cabezada primero y se inclinó de proa; después se fue sumergiendo poco a poco hasta que de repente desapareció bajo las aguas.

La "Ana" hizo entonces rumbo hacia la Isla, que se divisaba a sotavento, y maniobró en demanda de punta San Francisco para ocultarse en Cabo Rojo.

El comercio de San Thomas estaba aterrado con las depredaciones de Cofresí. Por fin el gobierno de Washington intervino y dio orden al Almirantazgo de castigar al pirata puertorriqueño. Pronto llegó a conocimiento de Cofresí que un barco de guerra norteamericano había venido a ayudar a las autoridades de la Isla para capturarlo o destruirlo. Entonces abandonó sus correrías por aguas del Atlántico y se pasó al mar Caribe.

Estando la "Ana" fondeada en el puerto de Bocas del Infierno divisó en lontananza una vela, y Cofresí con su velera nao salió prontamente a apresarla. Pero esta vez fue por lana y le zurraron la badana. Tan pronto estuvo a tiro de cañón recibió un balazo en el bauprésque le hizo comprender que se las había con un barco de guerra. No obstante, se le fue encima valentísimo y le hizo fuego de fusilería y cañón siendo recibido de igual modo. Viendo la superioridad del contrario viró de redondo y a todo trapo emprendió la huida. La goleta, descalabrada, izó la escandalosa sobre los cangrejos para escapar mejor, utilizando el viento de popa que le soplaba. Cofresí se puso al timón porque la "Ana" era una nave de buen gobierno y muy veloz, y dirigió la goleta paralelamente a la costa, bojeando el sur y burlándose de sus perseguidores hasta que la embarrancó en un bancal diestramente. Echados un bote y una chalana al agua ganaron los piratas la playa, librándose del buque de guerra que no pudo alcanzarlos, ni maniobrar con sus botes por aquellos sitios inabordables.

Ya en tierra dividió Cofresí su gente en dos grupos, dándoles por punto de reunión la playa de Cabo Rojo. Antes enterraron lo que pudieron salvar de la "Ana." Cada grupo bien armado emprendió la fuga por distinta vía.

Como las Milicias Disciplinadas estaban patrullando por aquella costa, pronto los dos grupos tuvieron que batirse y abrirse campo a sangre y fuego, volviendo a subdividirse, fatigados y jadeantes, hasta que acosados por la caballería tuvieron que rendirse a sus perseguidores. El jefe pirata fue cogido después de reñida refriega, todo cubierto de heridas.

Roberto Cofresí y Ramírez de Arellano, natural y vecino de Cabo Rojo, era un joven altivo, de veintiséis años de edad, robusto, valiente, audaz y de bravo aspecto. Unido a quince compañeros de la piel del diablo, eran el terror de estos mares antillanos con sus piraterías.

Para satisfacer a la vindicta pública y asegurar el reposo y tranquilidad de estas islas, fueron pasados por las armas en la mañana del 29 de marzo de 1825. Un gentío inmenso presenció el horroroso espectáculo en el Campo del Morro. Un destacamento del Regimiento de Infantería de Granada formó el cuadro para conservar el orden. Una descarga cerrada de un piquete de tiradores, a una señal sigilosa convenida, hizo que once de aquellos desgraciados pasaran a la eternidad. Los otros habían muerto en los combates sostenidos con las Milicias.

Satisfecha la curiosidad y llena de pavor dispersóse la muchedumbre conmovida. Las tropas volvieron a sus cuarteles a redoble de tambor. Y los cadáveres mutilados por la justicia humana quedaron expuestos al público por veinticuatro horas para escarmiento de malhechores.

Los hermanos de la Caridad, que no comulgan con el odio social, previo permiso del Gobierno, dieron sepultura a aquellos cadáveres en el cementerio de Santa María de la Magdalena.

Así terminaron el valiente Cofresí y sus intrépidos compañeros de correrías piráticas.

El Pirata Cofresí por Cayetano Coll y Toste

Monday, September 4, 2017

EL CHORRO DE DOÑA JUANA

http://www.conoceapuertorico.com/chorro-de-dona-juana/

Doña Juana, una reconocida vecina del barrio Ala de la Piedra de Orocovis,
 era amante de los animales. En una ocasión divisó sus cerdos al otro lado del río. El día estaba nublado y lluvioso. Pero, sus extraordinarias habilidades para correr y nadar ríos caudalosos era insuperable. Sin embargo, ese día fue advertida por todos que iba a bajar el golpe de agua crecida, a todo lo cual le gritaron que no se tirara a cruzar el río. 
Ésta se lanzó despavorida para rescatar sus cerdos al río y el golpe de agua la arrastró río abajo, cayendo por tres caídas de agua y nunca jamás se supo de Doña Juana.
 Hoy día, se reconoce toda el área por donde pasa el río en el bosque como Doña Juana, terminando su identificación trágica en un chorro con tres caídas que se presume cayó la infortunada amante de animales y la naturaleza.
El Chorro de Doña Juana se encuentra en la carretera 149 entre la colindancia de Ciales, Orocovis y Villalba. Nace de una quebrada que sale del Bosque Toro Negro
Leyenda


Thursday, July 27, 2017

La Capilla del Cristo



Cuenta la leyenda que la Capilla del Cristo
 se erigió para honrar un milagro.

Dice la leyenda, que para los años 1750 más o menos, 
se había efectuado una carrera de caballos a 
lo largo de la calle Del Cristo. Uno de los participantes
 no pudo detener su caballo y se cayó por el precipicio.

 Don Tomas Mateo Prats, que era el secretario de 
gobierno para aquel entonces, invocó al
 Santo Cristo de la Salud y que el joven que cayó
 por el precipicio se salvó. Por agradecimiento al 
Santo Cristo de la Salud, Don Tomas Mateo Prats
 ordenó construir la Capilla.

La verdad, no es esa. Estudios recientes 
hechos por Don Adolfo de Hostos confirman
 que el joven que cayó por el acantilado, si murió, 
Y que Don Tomas Mateo Prats ordenó erigir
 la Capilla para evitar tragedias futuras.

En Leyendas de Puerto Rico


Friday, January 20, 2017

"Se lo llevó Pateco"



Photographer: Diana Kunath 
"Cementerio del Viejo San Juan Santa Magdalena de Parissi "




Cuántas veces no hemos escuchado la expresión “Se lo llevó Pateco”, 

o la hemos utilizado para dramatizar una situación adversa o

trágica ocurrida a una persona sin detenernos a reflexionar sobre su significado, 

el cual se relaciona a la muerte, a ceremonias mortuorias religiosas

y a la historiografía de los pueblos.

En un acta del Ayuntamiento de San Juan,

después del paso del huracán San Ciriaco en 1899, 

se disponía que debido a las epidemias 

y la cantidad de muertes que causaron los estragos del fenómeno,

a la comitiva fúnebre se le permitía acompañar a los muertos

solo hasta los portones de entrada del cementerio.

Los familiares tampoco podían bajar hasta el área donde serían sepultados.

“El sepulturero se iba a encargar de recoger al difunto en la entrada y

llevarlo a darle sepultura. El nombre del sepulturero era Pateco”, 

Fuente:
http://www.primerahora.com/

Tuesday, December 20, 2016

Leyenda del Pozo de Jacinto

Pozo de Jacinto, Isabela, Puerto Rico x @meryem2016/Junio


Cuenta la leyenda que había un hombre llamado Jacinto que vivía en la bajura

y que se dedicaba a pastorear ganado ajeno. Un día mientras llevaba una vaca a

su lugar como de costumbre, la tenia amarrada a su mano. La vaca se asusto de

repente y comenzó a correr sin control, arrastrando a Jacinto por la soga. 

Lamentablemente la vaca se lanzó por una abertura natural formada

por el mar al que llamaban el pozo de Jobos, arrastrando con ella

a Jacinto y ambos perdieron la vida.

Al otro día el dueño de la vaca buscaba por aquellos lugares a Jacinto, 

gritando " Jacinto traeme la vaca" y el pozo lanzaba con furia agua

produciendo un estruendoso sonido de indignación. Aún muchos visitantes

le gritan al pozo cuyo nombre cambió al de "Pozo de Jacinto" y todavía brota 

de el la furia y el enojo por una leyenda que se mantiene en la historia y 

la cultura del pueblo de Isabela.

Pozo de Jacinto, Isabela, Puerto Rico x @meryem2016/Junio

Sunday, December 11, 2016

Las once mil virgenes


Imagen de https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Catedral_de_San_Juan_Bautista_de_Puerto_Rico_-_DSC06946.JPG


El general inglés Abercromby en 1797 dirige contra la isla de Trinidad, 
comandando una formidable escuadra de sesenta velas y habiéndose apoderado fácilmente de aquella tierra, hizo rumbo a la de Puerto Rico y desembarcó sus aguerridas tropas en las playas de Cangrejos en son de conquista.

Gobernaba este país el general don Ramón de Castro y prontamente puso 
la ciudad en estado de defensa. Se tocó la generala. Se distribuyó la guarnición. 
Se cortó el puente de San Antonio. Se organizaron gánguiles, pontonas y baterías flotantes en lanchas cañoneras y se levantaron patrullas en cuerpos volantes para recorrer y defender los campos circunvecinos de las incursiones y depredaciones del enemigo. Se publicó un bando para que las mujeres, los niños y los viejos abandonaran la ciudad, quedando solo los hombres útiles para tomar las armas.

No fue posible evitar el desembarco de las tropas inglesas, porque los navíos anclados en la ensenada de Cangrejos, barriendo la playa con metralla, protegían las chalupas y botes que desembarcaron las tropas enemigas cerca de la playa llamada la Torrecilla.

El general Abercromby situó su cuartel general en la Casa del Obispo cerca de la iglesia de San Mateo y empezó a avanzar hacia poniente. Al llegar al Puente de San Antonio le detuvo la cortina de fuego de este fortín, que fue destruido en 1896, y la metralla del Castillo de San Gerónimo. Entonces levantó trincheras en Miramar (en aquella época se llamaba el Rodeo y posteriormente El Olimpo) y en el Condado. No le fué posible pasar adelante, aunque tomó los polvorines de Miraflores. Si recio y sostenido era el fuego de cañón y mortero del inglés, porfiada era la defensa de la plaza. El sitio empezó el 17 de abril y el 29 del mismo mes continuaba en iguales condiciones, peleando sitiados y sitiadores con empeño y denuedo.

II

El obispo Trespalacios , que regía esta diócesis ayudó a Castro hidalgamente con personal eclesiástico para todos los puestos de la guarnición, hasta los de peligro, y además dinero. La Cruz y la Espada marchaban de común acuerdo en la defensa de San Juan.

El 30 de abril se presentó a su ilustrísima el Provisor y le dijo:
Señor Obispo, ¿por qué no hacemos una rogativa para implorar el auxilio del cielo?
Tiene usted mucha razón. Hagamos una rogativa dedicada a Santa Catalina, 
santa del día y patrona del primer castillo que se hizo en esta ciudad, 
que hoy es casa de los Gobernadores, y también la dedicaremos 
a Santa Úrsula y a las once mil vírgenes, de quienes soy devoto especial.

y ¿cómo se dispondrá la procesión?

Pues toda la ciudad tomará parte en eIla.
 El que no tenga vela de cera la llevará de esperma o sebo 
y los muy pobres llevarán antorchas de tabonuco. 
Yo la presidiré con el Cabildo eclesiástico y las autoridades.
Saldremos de la Catedral y recorreremos todas las calles de la capital y al romper el alba regresaremos al templo para celebrar una misa cantada a toda orquesta.

Tal como lo dispuso el señor obispo tuvo efecto la grandiosa rogativa, con el aditamento de haber echado a vuelo todas las campanas de las iglesias.

III

A las nueve de la noche los espías ingleses que atalayaban, avisaron al cuartel de Abercromby, que se notaba gran movimiento dentro de la ciudad, que se oían grandes repiques de campanas y se vislumbraban grandes luminarias hacia el oeste.

Estarán recibiendo refuerzos de los campos, dijo el general inglés; y añadió: 
Mis fragatas, que vigilan la entrada del puerto no pueden acercarse por el fuego que les hacen los baterías del castillo de la entrada.

Y dio órdenes para que las trincheras de El Rodeo y del Condado avivaron lo más intensamente posible el fuego contra la ciudad. Y que hubiera acción 
de mosqueteria sostenida contra las lanchas cañoneras.

A las doce de la noche volvieron los vigías a notificar al general Abercromby 
que las luces iban creciendo dentro de la ciudad y que ahora se dirigían al este. 

Abercromby reunió su estado mayor y le dijo:

Llevamos cerca de un mes en la fajina de este sitio y no hemos adelantado una pulgada. Tenemos lo que tomamos el primer día y nada más. La plaza está muy bien defendida. Por otra parte la disentería empieza a hacer estragos en nuestra tropa.
 El agua de que disponemos es muy mala. Hay que tener en cuenta, que los vecinos de los campos, fuertes y aguerridos, van viniendo a socorrer la Capital y no podemos evitarlo. Esta noche se prepara, indudablemente, una gran salida de los sitiados, al primer cuarto de la madrugada para atacar nuestro campamento. 
Creo, pues, llegado el momento de reembarcar la tropa.

Todos los oficiales de su estado mayor fueron de igual parecer. 
Se dió la orden de embarque. Se tocó la generala. Y a la mañana siguiente, 
primero de mayo, estaba completamente levantado el sitio.

IV
En la iglesia Catedral, después de la misa cantada, 
se entonó el Te Deum laudamus y luego predicó su Ilustrísima.

Un hermano de mi abuela, teniente de Milicias, que entró en la plaza el
 22 de abril con una compañía de Milicianos de Arecibo, refería el espléndido
 triunfo de Santa Úrsula y las once mil vírgenes.

 Mi abuela, que murió de noventa y siete años. y recibió de labios de su hermano
 la histórica narración, me contaba que las once mil vírgenes, 
gracias al obispo Trespalacios, que las había implorado a tiempo, 
salvaron la ciudad del saqueo de los ingleses. Que aquella memorable noche fué cuando más tronó el cañón enemigo, y que las balas se volvían de mitad de camino contra los sitiadores y no caían en la ciudad. Y que cuando la gran rogativa entraba en Catedral terminó de repente el cañoneo y desaparecieron los enemigos.

También así lo estuve yo creyendo mucho tiempo; pero después he sabido que 
Santa Ursula y las once mil vírgenes eran bretonas y he pensado, 
que de haber venido en aquella ocasión hubiera sido en ayuda de sus paisanos, 
a pesar de lo que juraba y perjuraba el hermano de mi abuela.

De modo que, respetando la buena fe de nuestros mayores y su bella tradición, me inclino a creer que quienes obligaron a los ingleses a levantar el asedio fueron el gobernador don Ramón de Castro con su activa dirección y enérgico carácter y los férreos puños de los Mascaró, Vizcarrondo. Andino, del Toro, Linares, Lara, Díaz y demás valientes que supieron defender el terruño de la invasión extranjera.

Las Once Mil Vírgenes (1797)
Por Cayetano Coll y Toste
Dr. Cayetano Coll y Toste, fue historiador y escritor de Puerto Rico.
Fue el patriarca de una prominente familia puertorriqueña de 
educadores, políticos y escritores
Nació Noviembre 30, 1850 en Arecibo,P.R.
Murio Noviembre 19, 1930 en Madrid, España




Tuesday, November 15, 2016

La Garita del Diablo.




GARITA DEL DIABLO 
Con un grito de" Alerta" el centinela comenzaba la jornada militar, Esto se efectuaba frecuentemente para no dormirse y atestiguar su vigilancia. Misteriosamente, durante una noche oscura, desapareció un centinela de esta garita, surgiendo así la leyenda de la "Garita del Diablo".

Los habitantes de la isla de Puerto Rico, eran muy propensos a los ataques de piratas. Por tal razón tenían que pasarse la vida vigilando. La ciudad capital estaba rodeada (aún está) por castillos y murallas . Alrededor de las murallas habían, entre trecho y trecho, unas garitas o torrecitas donde los soldados hacían su guardia día y noche. Por las noches se sentías las rondas de gritos que los centinelas gritaban para no dormirse.

 ¡Centinela alerta! - le gritaba uno
Y el más cercano respondía:
-¡Alerta está!

Entre todas las garitas, había una, la más distante y solitaria. Estaba sobre un acantilado profundo en el extremo de la bahía. En el silencio de la noche, el ruido del mar producía un rumor como si los malos espíritus estuvieran cuchicheando.

Había un soldado al cual llamaban "Flor de Azahar". El azahar era una flor muy blanca y como el soldado Sánchez tenía la piel blanca como el azahar, le llamaban así. Esa noche le tocó a Sánchez velar en esa garita.

Como de costumbre, los gritos de contraseña de los soldados se escuchaban de trecho en trecho. Pero, al llegar al de el soldado Sánchez, nadie contestaba. Solo se escuchaba el viento silbar y el mar con su rumor.

El miedo se apodera de sus compañeros que pasaron la noche temblando, del solo pensar, que le hubiese pasado a su compañero.

Al salir el sol, todos salieron corriendo hacia la garita a ver que había pasado en la garita, que se había quedado muda durante la noche. Encontraron: el fusil, la cartuchera y el uniforme del soldado Sánchez. El soldado Sánchez, había desaparecido sin dejar rastros.

Los soldados, que eran supersticiosos, comenzaron a decir que un demonio lo había sorprendido y se lo había llevado por los aires.

Desde ese día, a la garita del desaparecido Sánchez, se le conoce como "La Garita del Diablo".

Eso fue lo que creyeron los soldados y el resto de la isla.

Pero la verdad.....esa se las contaré yo, ¿quieren saberla?. Pues aquí les va:

Sánchez (Flor de Azahar) era un soldado andaluz y muy guapo, que pertenecía al Regimiento de Caballería y tocaba una guitarra muy bella.

Diana, una mestiza, muy hermosa, vivía profundamente enamorada de Sánchez. Y Sánchez de ella. Se conformaban con mirarse y hablarse con los ojos. A Sánchez su ordenanza le prohibía acercarse a ella, y a ella, se lo prohibía su madre de crianza que era más estricta que un sargento.

Flor de Azahar (Sánchez) se comunicaba con ella, a través de su guitarra. En las noches la tocaba y cantaba. En el canto le comunicaba a Diana sus mensajes. Una noche le envió un mensaje, el cual solo ella podía comprender, que decía:

"Mañana cuando anochezca, vete a buscar a tu amor, porque lejos de tus brazos, se le muere el corazón." La noche siguiente, Diana se levantó muy calladita y sigilosamente, salió de la casa para buscar a su amor. Cuando se encontraron, en la garita, se fundieron en besos y palabras de amor y decidieron huir lejos y vivir juntos para siempre.

Diana le había llevado un traje civil. El dejó en la garita el fusil, la cartuchera y el uniforme y sin hacer el menor ruido huyeron hacia la sierra y los bosques de Luquillo.

Allí, a escondidas del resto de la isla, construyeron su hogar y vivieron el resto de sus días.

Dicen que aún, en la garita, en las noches se escucha el rasgueo de la guitarra y una risa disuelta en el viento. Queriendo ésto decir que Diana y Flor de Azahar se burlan de los que inventaron la leyenda de la Garita del Diablo.

F u n d a c i ó n E d u c a t i v a H é c t o r A. G a r c í a


Wednesday, October 19, 2016

La Leyenda de Cueva Ventana


Un dueño de una hacienda muy próspera

Se llamaba Don Julián Correa

Este señor era el padre de una

Muy guapa jovencita llamada Salomé

A quien le encantaba pasear a orillas del río

A la sombra de un antiguo úcar

Se reposaba y le sonreía a la vida

Hasta que su felicidad ya no tenía razón de ser

Su padre, muy en contra de la voluntad de su hija,

Quería casarla con el hijo de un rico hacendado

Se llamaba Don Ramón Rivera

Decidió entonces Salomé

Lanzarse al agua

Y de esa manera dar fin a su vida

Dentro de la corriente embravecida del río

Sintió que aún no era hora de su final y decidió Salomé

Encomendar su destino a los dioses

Unos cobrizos y musculosos brazos

De repente aparecieron desde lo alto por obra de magia

A rescatarla y reubicarla a la sombra del úcar

Cuando recuperó conciencia Salomé

Vio que su salvador era un noble taíno

Y de inmediato sintió un penetrante flechazo de cupido

Su nombre era Arauaca

De padre cacique y madre española

Y la tomó en sus brazos para llevarla de vuelta a la hacienda

A su llegada lo amenazaron de muerte

Don Julián le apuntó con su pistola

Salomé se interpuso entre los dos hombres

Intentó explicar que aquél taíno le había salvado la vida

Pero sus esfuerzos fueron en vano

Aunque Arauaca logró liberarse, no podría verla nunca más

Cada día Salomé regresaba al mismo río

Con la esperanza de encontrarse con su amor

Un día, bajo la sombra del úcar, reapareció

Le confesó que desde una sagrada cueva, ventana de su alma

La observaba siempre desde la distancia

Y la amaba en silencio

Esa tarde en que Salomé

Cayó al río y casi perece en la corriente

Arauaca la percibió desde lo lejos desde aquella cueva

En contra de la voluntad de su padre y los hacendados

Decidió Salomé irse a vivir con su guerrero

A aquél santuario divino y natural.

Se juraron amor eterno.


Cueva Ventana, Carr. 10 km. 75, Arecibo, PR