Valiente no es solo el que salva una vida ni el que lo arriesga todo por proteger a los demás, por encima incluso de la propia integridad.
Lo creamos o no, en nuestro mundo habitan miles, millones de valientes anónimos, de personas que, a pesar de sus batallas internas, sus problemas, sus dolores y sus complejos laberintos interiores, logran levantarse. Porque hemos de admitirlo, en ocasiones lo hacemos: nos subestimamos a nosotros mismos. Nos autopercibimos como seres frágiles solo porque, en ocasiones, fallamos.
Porque las cosas no siempre salen como uno quiere o, peor aún, porque nos decimos a nosotros mismos que deberíamos hacer más, trabajar más, cuidar mejor a los nuestros, conseguir más cosas, más dinero, más recursos…
No nos damos cuenta de que, en realidad, casi todos hacemos lo que podemos y más. Somos auténticos héroes, somos esas personas que han superado mil dificultades y que, a pesar de algún vacío, dos penas y cinco o seis fracasos, seguimos mirando al horizonte con esperanza.
Hoy te proponemos que reflexiones sobre ello, que saques a la luz a ese ser valiente que hay en tu interior y que, en ocasiones, no vemos.
Valiente es quien reconoce dónde están sus límites. Quien sabe que es falible y que, de vez en cuando, necesita abrazar su vulnerabilidad para recomponerse, para conocerse mucho más.
Decía Rudyard Kipling que “si puedes reconocer tu vulnerabilidad en la derrota aprendiendo de la enseñanza y no viendo solo el fracaso, tuya es la tierra y todo lo que hay en ella”.
Esta frase encierra una verdad universal, un principio básico del crecimiento personal que no es tan fácil de integrar en nuestro día a día.
No lo es por una razón muy sencilla: a muchos de nosotros nos educan para no fallar. En el colegio, por ejemplo, fallar suponía un punto menos en el examen o un suspenso.
Fallar suponía decepcionar a nuestros padres, equivocarnos o tomar el camino incorrecto o desviarnos un ápice de lo que otros habían previsto para nosotros implicaba una profunda decepción o, incluso, un reproche.
Por tanto, es necesario asumir una perspectiva más lógica y saludable. Con ella, entender que ser vulnerable no es ser débil, que equivocarse o fallar no significa ni mucho menos ser un fracasado.
El verdadero sabio es aquel que aprende de sus errores. Y el que es capaz de abrazar su vulnerabilidad para ser más humilde, para conocerse, para tener mejores recursos emocionales y cognitivos con los que afrontar los problemas.
A pesar de que nadie nos ha explicado nunca cómo se hace eso de ser valientes, estamos preparados genéticamente para superar cualquier adversidad, cualquier dificultad.
Si hay una pulsión que guía a nuestro cerebro es el sentido de supervivencia, es él quien nos ha ayudado siempre a avanzar como especie, a sobrevivir en los más adversos territorios y a hacer frente a más de un depredador.
En la actualidad, no hay depredador más feroz que el propio miedo. Ése que nos inmoviliza, ese que se inserta en nuestra mente mediante los pensamientos limitantes y el “no puedo”, “esto me supera” o “ya no hay más oportunidades para mí”.
Quedamos atrapados en esos puntos ciegos donde no vemos las fortalezas internas. En los que no somos capaces de activar esa dimensión excepcional que es la resiliencia para poder así recordar nuestra valentía, nuestra capacidad innata de poner un pie delante de otro… Y avanzar.
Eres valiente. Nadie te lo dice tanto como te gustaría, pero una voz interna te lo susurra a diario.
No hay mañana en que optes por rendirte, por buscar el refugio de las sábanas y abandonarte.
Puede que en una etapa de tu vida fuera así, puede que alguna depresión o el tener que afrontar un duelo personal te obligara a la fuerza a abrazarte a esa vulnerabilidad antes citada.
Sin embargo, pasada esa etapa, si hay algo que has aprendido es a ser fuerte. Entiendes que quien dice “no” al nuevo día le vuelve la espalda a la vida.
Por ello, aunque duela el cuerpo y el ovillo de los miedos atenace nuestra mente, jamás nos rendimos. Asi pues, no dudes cada mañana en poner primero un pie y luego otro. En respirar profundo y apreciar después tu rostro ante el espejo unos segundos, sin prisa alguna…
Ahí estás, esa persona que ahora se refleja en tu cristal ya no tiene la inocencia de antaño, lo sabes; ahora dispone de esa madurez hermosa de quien guarda alguna que otra herida, pero también mil alegrías vividas y por alcanzar, así como una infinidad de objetivos que tocar con la yema de sus dedos. ¿Por cuál vas a empezar hoy?
“Aprendí que el coraje no es la ausencia
del miedo.”
“No es valiente aquel que no siente miedo
sino el que sabe conquistarlo.”
“La valentía no es la ausencia del miedo.”
“Ser valiente no significa no tener miedo.”
“El valor no es la ausencia del miedo,
sino la sabiduría de que hay algo más
importante que el miedo.”
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