La leyenda del Coquí
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La leyenda del Coquí
Cierto día después que el Ké (la tierra)
y el Bagua (el mar) fueron divididos por Yocahú
(dios supremo de todo lo creado) los animales
grandes y pequeños habitaron la superficie terrestre.
Yukiyú (dios del bien) había preparado una Cáiku (isla)
muy parecida al Edén, llevó allí algunos animales
escogidos por él. Entre la flora, la brisa y las estrellas
todos los animales se durmieron. Yukiyú decidió darle a la noche
un sonido melodioso. Quería una nana permanente y natural
que nos sirviera de arrullo y compañía. Escogió de entre las ranas,
una de ellas, la más pequeña, temerosa y resbaladiza, con grandes
ojos azabache que se escondía entre las hojas de plátano.
Tomándola en sus manos le susurro diciéndole: “ve descubre tu isla,
conócela, disfrútala y amala. Se el vigilante de los sueños
nocturnos, profeta de mi Edén Tropical”
Al día siguiente, un radiante Agüeybana (sol grande)
salió imponente desbordando toda su luz por la serranía.
Fueron saliendo del bosque las xaxabís (cotorras), los jubos
(culebras), los mucarús (buhos), las iguanas, los guatibiris,
los guabas (arañas), los guaraguos (aves), los jueyes, las jutias
(conejos), los tanamás (mariposas) los biajaní (palomas) y los Cokíes
. Así fue que Yukiyú nos dotó de una fauna muy particular y propia.
Hoy sabemos que cada región geográfica tiene en su territorio
alguna especie particular. África tiene sus imponentes elefantes.
India sus impresionantes rinocerontes. Antártica sus orgullosos
pinguinos. Asía sus ingeniosos topos excavadores.
Norteamérica sus desafiantes y veloces águilas.
Australia sus cariñosos y atractivos koalas.
Europa sus agresivos y acechantes gatos monteses.
Cada uno de ellos busca imponerse y dominar su ambiente.
Su amor propio no le permite más que rugir, gritar o emitir
algún sonido desafiante. Sus días son de lucha y de supervivencia.
Sin embargo nuestra patria tiene al Cokí puertorriqueño.
Nativo de nuestra isla. Nocturno soñador melodioso que noche
tras noche le canta a su patria, décimas unísonas que
otros cookies al escucharlo cantan a coro.
Diminuta y tímida rana que siempre tiene razones para enaltecer
a su patria. La dulce magia de su música resaltan la belleza de
las noches borincanas. En los momentos en que cae la tarde
los cokíes relatan los encantos que tiene nuestra isla con cada
cántico. Aquellos cokíes cerca de la playa cantan como el sol
se esconde en el horizonte debajo del mar y sostienen que hay
un orden en el universo, otros mirando el cielo; escondidos sobre
las hojas verdes cantan sobre la belleza de las estrellas
en el firmamento, el resplandecer de la Luna sobre el agua y el
correr fugaz de las nubes, dándole armonía a su adorado Edén isleño.
Los que están en el bosque cuentan en forma de cánticos las leyendas
de los árboles y flores y como estos crean un balance y estabilidad
ecológica permitiendo el ciclo de vida. Los cokíes mas bebe
se adentran en los jardines de las casas buscando recitarle
a los niños como Yocahú convirtió el sereno en gotas cristalinas
de roció mañanero, quieren así enseñarles la grandeza
de las pequeñas cosas. Claro que hay personas que
ponen esto en duda, pero los cokíes que conocen nuestros
pensamientos cantan mas alto ante la duda de los incrédulos.
Cuan grande es el compromiso del Coki con su terruño,
aquellos que por la fuerza los han llevado fuera de aquí
han enmudecido, su cántico melodioso desaparece,
sus ojos se entristecen y sus fuerzas lo abandonan.
La nostalgia los abate, por que han perdido su
inspiración, su todo, su paraíso y su sueño.
Que hermoso es saber que nuestras noches borincanas
tienen una diminuta rana que con su cántico lleva nuestra
imaginación a la felicidad y al sosiego. Que desde su
corazón sale un tributo de amor por Borinquen.
Cada niño que escucha un coki es una buena noticia,
cada coki que nace es una buena noticia, cada coki
que versa y otros le hacen coro es una buena noticia
porque llenan el campo de sonidos agradables
transformándose en profetas de paz para nuestra
tierra y en ejemplos de entrega para nuestros niños.
Pidamos al Dios de todo lo creado, que sean
muchos los cookies que bajen de la serranía del
Yunque y la Cordillera para enseñarnos a amar nuestro terruño.
Ramón Santana
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