Tuesday, July 11, 2017

EL PEREGRINO DE Maria Antonia Fernandez

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Amaba el mar, esa criatura adorada y temida, imperturbable y eterna, observadora tenaz y constante de todas las épocas, de todas las razas, de todos los cambios sobre la Tierra

Su barco era su morada, su vida

Se compenetraba con el sonido del viento, con el movimiento constante de las olas, con el diálogo rugiente del mar, se identificaba con su superficie serena en calma.

Viajaba solo, pero no extrañaba compañía humana. Tan sólo cuando necesitaba reponer combustible y víveres, se acercaba a la costa. Entonces, echaba mano de su segunda pasión: la música. Tomaba su preciado violín, lo sacaba de su estuche acolchado en terciopelo rojo, se colocaba en una concurrida calle y extraía las más armónicas notas de esas cuerdas deseosas de vibrar. Entonces, se producía algo extraordinario: conectaba con el alma de cada transeúnte, con su esencia más profunda y despertaba los sentimientos más elevados,  Se convertía en un difusor humano del Amor Universal y un poderoso magnetismo atraía a la gente a escuchar y a sentir la música desde el corazón, facilitándose la restauración y sanación a través de este peregrino de la Luz. Nunca tuvo la necesidad de pedir nada. La generosidad brotaba, fluía de forma natural y recibía cuanto era preciso.

Concluido su trabajo, volvía a internarse en la grandiosa hospitalidad del mar y a fundirse con el sonido acompasado del vaivén de su barco.

Cuando ocurrió, no le sorprendió en realidad, ya lo esperaba: una intempestiva tormenta desató la furia de los vientos y zarandeó el frágil cascarón de madera del barco. Un crujido inconfundible desmembró la nave y él se precipitó desde la cubierta a esa masa de agua que, imperiosamente, lo llamaba a su seno.

Mientras iba hundiéndose desfilaron ante sus ojos todas las etapas de su vida, desde una agitada infancia y adolescencia hasta una sosegada madurez.

En la superficie del mar, el caos y el fragor de las olas amenazaban con engullir cuanto se pusiera en su camino; sin embargo, en la profundidad del mar, la quietud y la paz lo llevaban a otro nivel de comprensión de la realidad que estaba viviendo, a otro mundo interior donde nada externo podía perturbarle.

Siguió descendiendo, internándose en ese universo desconocido y al fin, pudo verla.

Una luz intensa, deslumbrante, color marfil lo atraía sin reservas y una cálida sensación de plenitud inundó su corazón. Ningún dolor, ni reproche, ni angustia, ni tristeza…sólo amor.

Había estado preparándose durante un largo tiempo para este momento.

Su cuerpo sería encontrado flotando a la deriva en cualquier playa cercana, pero ya no pertenecería a él, ya no se identificaba con él. Había traspasado el umbral de lo físico y estaría fundiéndose con la fuente creadora en esa maravillosa Luz que había conformado su verdadero ser en ese breve viaje por la densidad de la materia. Entonces, comprendería todos los misterios, todos los secretos, todas las verdades… Entonces, habría terminado su peregrinación y sería una partícula de Luz en estado puro.

Mª Antonia Fernandez


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