Se inventan frases para intentar que me aleje de ellos. Dicen: ¡Tonterías!, la vida es alegre. Y su risa falsa les causa calambres en el estómago y dificultades para respirar. Dicen: lo que te hace sufrir te hará más fuerte. Y entonces se sienten angustiados. Dicen: solo tienes que resignarte. Y entonces sienten cómo se tensan sus hombros y su espalda. Dicen: solo los débiles lloran. Y las lágrimas contenidas casi hacen estallar sus cabezas. O se anestesian con alcohol y drogas para no tener que sentirme.
¡Oh, sí! afirmó la anciana me he encontrado con este tipo de personas muchas veces.
La Tristeza se encogió un poco más.
Pero si lo único que quiero es ayudarles. Cuando estoy muy cerca de ellos, pueden encontrarse a sí mismos. Les ayudo a construirse un nido en el que cuidar de sus heridas. Aquellos que están tristes, son especialmente sensibles. Algunas penas vuelven a abrirse como una herida mal curada y eso duele mucho. Solo aquellos que aceptan la aflicción y se desahogan llorando pueden curar realmente sus heridas. Pero las personas no desean mi ayuda. En lugar de eso, disimulan sus cicatrices con una sonrisa deslumbrante. O se envuelven con una gruesa coraza de amargura.
La Tristeza se calló. Al principio su llanto era débil, después más fuerte y finalmente desesperado.
La pequeña anciana tomó a la criatura encogida entre sus brazos. Qué suave y mullida se siente, pensó mientras acariciaba con ternura el bulto tembloroso.
Llora, Tristeza susurraba cariñosamente descansa para que puedas recuperar las fuerzas. A partir de ahora ya no caminarás sola. Te acompañaré para que el desaliento no se haga más fuerte.
La Tristeza dejó de llorar. Se enderezó y miró asombrada a su nueva compañera.
Pero ¿Y tú quién eres?
¿Yo?
respondió la pequeña anciana risueña que empezó de nuevo a sonreír como una niña pequeña y despreocupada—. Yo soy la esperanza.
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