Monday, May 23, 2016

La princesa y el guisante


Érase una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, 
pero tenía que ser una verdadera princesa. Viajó por todo el mundo
 buscando una, pero no pudo encontrar en ningún sitio lo que buscaba.
 Había muchas, pero era difícil saber si eran auténticas princesas. 
Había siempre algo en ellas que no era como debía ser. Así, volvió a casa
 de nuevo muy triste porque le hubiera gustado mucho haber encontrado
 la verdadera princesa de sangre real. 



Una noche estalló una terrible tormenta con rayos y truenos. 
La lluvia caía torrencialmente. De repente se oyó como alguien golpeaba
 la puerta del castillo con fuerza. ¡Toc! ¡Toc!¡Toc!. El anciano rey fue a abrirla.



Era una princesa que estaba afuera, frente a la puerta. Pero, ¡Dios mio! 
¡qué aspecto presentaba con la lluvia y el mal tiempo! 
El agua le goteaba del pelo y de las ropas, le corría por la
 punta de los zapatos y le salía por el tacón y, sin embargo, 
decía que era una princesa auténtica.



“Bueno, eso pronto lo sabremos”, pensó la anciana reina.
 Y sin decir palabra, fue a la alcoba, apartó toda la ropa de
 la cama y puso un guisante en el fondo. Después cogió veinte
 colchones y los puso sobre el guisante, y además colocó veinte
 edredones sobre los colchones.

La princesa tuvo que dormir allí toda la noche.

A la mañana siguiente le preguntaron como había dormido.

El príncipe la tomó por esposa, porque ahora podía estar seguro de
 que se casaba con una princesa auténtica, y el guisante entró a
formar parte de las joyas de la corona, donde todavía
puede verse, si no lo ha robado.

HANS CHRISTIAN ANDERSEN