Tuesday, January 6, 2015

Balance del año 13º

Mi percepción, a medida que envejezco, 
es que no hay años malos

Hay años de fuertes aprendizajes y otros que 
son como un recreo, pero malos no son. 
Creo firmemente que la forma en que se 
debería evaluar un año tendría más que 
ver con cuánto fuimos capaces de amar, 
de perdonar, de reír, de aprender cosas nuevas,
 de haber desafiado nuestros egos y nuestros apegos.


Por eso, no debiéramos tenerle miedo al
sufrimiento ni al tan temido fracaso, porque
ambos son sólo instancias de aprendizaje.
Nos cuesta mucho entender que la vida y el
cómo vivirla, dependen de nosotros; el
cómo enganchamos con las cosas que no
 queremos, depende sólo del cultivo de la
voluntad. Si no me gusta la vida que tengo,
deberé desarrollar las estrategias para cambiarla,
 pero está en mi voluntad el poder hacerlo.

“Ser feliz es una decisión”, no nos olvidemos de eso.

Entonces, con estos criterios, me preguntaba
 qué tenía que hacer yo para poder construir
un buen año, porque todos estamos en el camino
 de aprender todos los días a ser mejores y de
 entender que a esta vida vinimos a tres cosas:
a aprender a amar, a dejar huella, a ser felices.

En esas tres cosas debiéramos trabajar todos
 los días, el tema es cómo; y creo que hay
tres factores que ayudan en estos puntos:

Aprender a amar la responsabilidad como una
 instancia de crecimiento. El trabajo sea remunerado
o no, dignifica el alma y el espíritu y nos hace
 bien en nuestra salud mental. Ahora el significado
 del cansancio es visto como algo negativo de lo
 cual debemos deshacernos y no cómo el privilegio
 de estar cansados porque eso significa que estamos
 entregando lo mejor de nosotros.
 A esta tierra vinimos a cansarnos..

Valorar la libertad como
 una forma de vencerme
 a mí mismo y entender que ser
 libre no es hacer lo que yo quiero.

Quizás deberíamos ejercer nuestra libertad
 haciendo lo que debemos con placer, y decir
 que estamos felizmente agotados y así poder amar más y mejor.

El tercer y último punto a cultivar es el
desarrollo de la fuerza de voluntad, ese
maravilloso talento de poder esperar, de postergar
 gratificaciones inmediatas, en pos de cosas mejores.

Hacernos cariño y tratarnos bien como país y
 como familia, saludarnos en los ascensores,
 saludar a los guardias, a los choferes de los
micros, sonreír por lo menos una o varias veces al día. Querernos.

Crear calidez dentro de nuestras casas,
hogares, y para eso tiene que haber olor a comida,
 cojines aplastados y hasta manchados,
cierto desorden que acuse que ahí hay vida.
Nuestras casas independientes de los recursos
se están volviendo demasiado perfectas que
parece que nadie puede vivir adentro.
Tratemos de crecer en lo espiritual, cualquiera sea la visión de ello.

La trascendencia y el darle sentido a lo que hacemos,
tiene que ver con la inteligencia espiritual.
Tratemos de dosificar la tecnología y demos
 paso a la conversación, a los juegos “antiguos”
 a los encuentros familiares, a los encuentros
con amigos, dentro de casa. Valoremos la intimidad,
el calor y el amor dentro de nuestras familias.

Si logramos trabajar en estos puntos, y yo
me comprometo a intentarlo, habremos decretado
ser felices, lo cual no nos exime de los problemas,
 pero nos hace entender que la única diferencia
entre alguien feliz o no, no tiene que ver con los
problemas que tengamos, sino que con la actitud
con la cual enfrentemos lo que nos toca.

Dicen que las alegrías, cuando se comparten, se agrandan.
Y que en cambio, con las penas pasa al revés: Se achican.
Tal vez lo que sucede, es que 
Al compartir, lo que se dilata es el corazón.
Y un corazón dilatado esta mejor capacitado para 

gozar de las alegrías y mejor defendido para que las 
penas no nos lastimen por dentro".

MAMERTO MENAPACE, Monje Benedictino

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