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Cuenta la leyenda que un rey tenía como consejero a un joven monje que había ocupado ese puesto después de que su viejo maestro muriera víctima de una grave enfermedad. El día del entierro de quien había sido su maestro espiritual, el joven religioso había pronunciado una oración en la que destacaba la repetición de la frase "Te agradecemos, Señor, estos hechos»" El rey, consternado, lo miró casi acusadoramente cuando repitió esa frase por tercera vez. El joven bajó la cabeza y guardó silencio sin dar ninguna explicación. El monarca en un principio se conformó pensando que el monje se refería a que el anciano no había tenido que soportar una dolorosa agonía, pero comprobó en las siguientes semanas que el nuevo asesor recurría a esas mismas palabras con demasiada frecuencia, sobre todo frente a cualquier circunstancia adversa.
El monje irremediablemente alzaba la vista y murmuraba
"Te agradecemos, Señor»
Un día, mientras la corte estaba de cacería, el rey se hizo un corte en un dedo del pie por accidente. Viendo que el pie sangraba profusamente,
el consejero, como siempre, exclamó:
"Te agradecemos, Señor"
El rey, cansado de esa actitud, se puso furioso, lo depuso de su cargo de consejero y lo despidió de su lado. Por supuesto, como toda respuesta el consejero exclamó mirando al cielo:
"Te agradezco, Señor"
El ex consejero fue obligado a volver al palacio mientras el rey seguía su paseo. Un poco más adelante, el rey fue capturado por una peligrosa tribu que lo llevó a sus tiendas para sacrificarlo ante su dios y comerse luego su cuerpo. Cuando lo preparaban para el ritual, el brujo mayor descubrió que le faltaba un dedo del pie y, con gran alboroto, le escupió en señal de rechazo, gritó que el prisionero no era digno de la divinidad y ordenó que lo dejaran en libertad cuanto antes para alejar la impureza de sus tierra.
El rey, camino al palacio, entendió cuán acertadas eran las palabras del consejero; al llegar, mandó llamarlo y le contó lo sucedido.
"Yo entiendo ahora que debería haber estado agradecido de perder mi dedo porque poco después eso evitó que perdiera la vida. Pero no puedo entender qué agradecías tú, cuando te despedí. El consejero respondió:
"Si no me hubieses despedido, yo habría estado contigo cuando te capturaron los indios, después de rechazarte a ti, ¡hubieran decidido comerme a mí"
Jorge Bucay
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