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Tenía la heroica manía bella de lo derecho, lo recto, lo cuadrado.
Se pasaba el día poniendo bien, en exacta correspondencia de líneas,
cuadros, muebles, alfombras, puertas, biombos.
Su vida era un sufrimiento acerbo y una espantosa
pérdida. Iba detrás de familiares y criados, ordenando
paciente e impacientemente lo desordenado.
Comprendía bien el cuento del que se sacó una
muela sana de la derecha porque tuvo que sacarse una dañada de la izquierda.
Cuando se estaba muriendo, suplicaba a todos con
voz débil que le pusieran exacta la cama en
relación con la cómoda, el armario, los cuadros, las cajas de las medicinas.
Y cuando murió y lo enterraron, el enterrador
le dejó torcida la caja de la tumba para siempre.
Juan Ramón Jiménez
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