Una lección de perdón 1º
Había un hombre que calumniaba mucho a un amigo,
todo por culpa de la envidia que sentía por
el éxito que su amigo había alcanzado.
Tiempo después se arrepintió de la ruina que le
trajo con sus calumnias a ese amigo,
Visitó un hombre muy sabio a quien le dijo:
Quiero arreglar todo el mal que le hice a mi amigo,
¿cómo puedo hacerlo? A lo que el hombre sabio respondió:
toma un saco lleno de plumas ligeras y pequeñas
y suelta uno en cada lugar que vayas.
El hombre muy contento por aquello tarea tan
fácil tomó el saco lleno de plumas y al regreso
al final del día luego de haberlas soltado todas.
Regresó donde sabio y dijo: he terminado.
A lo que el sabio respondió: esa es la parte
más fácil. Ahora tienes que volver a llenar el
saco con las mismas plumas que soltaste.
Debes regresar a la carretera y buscarlas todas. El hombre se sentía muy triste ya que él sabía lo que significaba y no pudo encontrar casi casi ninguna.
Al regresar, el hombre sabio le dijo: Así como no pudiste conseguir las plumas que
volaron con el viento, así mismo el mal que
hiciste voló de boca en boca y el daño ya está hecho.
Autor desconocido
Cuento 2º
Un discípulo se acercó hasta su maestro espiritual y le preguntó: Maestro... entonces, perdonar al enemigo,
¿implica ser un incauto, estar desprevenido o incluso ser tomado por necio?
Y el maestro le contestó:
En cierta ocasión, un buen hombre iba
caminando por la calle de una gran ciudad cuando,
de repente, le cayó encima un jarrón de agua
desde uno de los pisos de un edificio situado sobre la acera.
En un principio reaccionó con indignación y con furia,
vertiendo toda una serie de insultos contra aquel despistado vecino.
Al día siguiente volvió, con toda naturalidad
y como era su costumbre, paseando por la misma
calle, pero dirigiendo levemente su cabeza
hacia el lugar desde donde, el día anterior,
le sobrevino la desagradable sorpresa. El vecino, observando la reacción del afectado,
sin pensárselo dos veces, bajó a la calle y le preguntó:
¿Cómo usted se fía a pasar de nuevo por debajo de mi casa?
A lo que aquél le contestó:
Sólo se puede ser libre en la vida si dejas atrás
aquello que no merece la pena recordar.
Sólo se puede cumplir felizmente con tus obligaciones,
si no das más importancia que la debida a
aquello que no se convirtió en tragedia.
No olvidar las pequeñas cosas de cada día
hace que el campo de tu corazón quede sembrado
con cadáveres de prójimos vivos, y que tus
hombros soporten un peso demasiado grande,
para vivir con cierta calidad de vida.
“Eleva a tal punto tu alma, que las ofensas no te puedan alcanzar”.
autor desconocido
Reflexión 3º
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Pocas veces somos ofendidos; muchas veces
nos sentimos ofendidos.
Perdonar es abandonar o eliminar un sentimiento
adverso contra el hermano.
¿Quién sufre: el que odia o el que es odiado?
El que es odiado vive feliz, generalmente,
en su mundo. El que cultiva el rencor se parece
a aquel que agarra una brasa ardiente o al que
atiza una llama. Pareciera que la llama
quemara al enemigo; pero no, se quema uno mismo.
El resentimiento solo destruye al resentido.
El amor propio es ciego y suicida: prefiere la
satisfacción de la venganza al alivio del perdón.
Pero es locura odiar: es como almacenar veneno en las entrañas.
El rencoroso vive en una eterna agonía.
No hay en el mundo fruta más sabrosa que la sensación de descanso
y alivio que se siente al perdonar, así como no hay
fatiga más desagradable que la que produce el rencor.
Vale la pena perdonar, así como no hay fatiga más
desagradable que la que produce el rencor.
Vale la pena perdonar, aunque sea solo por interés,
porque no hay terapia más liberadora que el perdón.
NO es necesario pedir perdón o perdonar con palabras.
Muchas veces basta un saludo, una mirada
benevolente, una aproximación, una conversación.
Son los mejores signos de perdón.
A veces sucede esto: la gente perdona y siente el perdón;
pero después de un tiempo, renace la aversión. NO asustarse.
Una herida profunda necesita muchas curaciones.
Vuelve a perdonar una y otra vez hasta
que la herida quede curada por completo.
Reflexión por P. Ignacio Larrañaga